Por Allari Prieto.
En México según datos del INEGI existen casi 16 millones de madres trabajadoras. 30% de los hogares en México están a cargo únicamente una mujer, madre de familia. Mientras las mujeres realizan cerca de 40 horas de trabajo doméstico semanal, lo que incluye: cuidados de niños y adultos mayores o enfermos, limpieza, cocina, etc. Y en comparación, los hombres dedican únicamente 14 horas.
Son las madres trabajadoras las que se verán mayoritariamente impactadas por la Pandemia del COVID-19. Datos de La Organización Mundial del trabajo, indican que somos las mujeres quienes mayoritariamente conformamos el mercado laboral informal, razón por la cual, muchas al quedarse sin empleo no tienen, ni siquiera derecho a una liquidación.
Si a todo lo anterior sumamos que las mujeres ganan 30% menos que los hombres haciendo las mismas funciones, caeremos en cuenta que efectivamente las madres ocupamos un lugar que nos hace ser parte de un sector vulnerable y aún poco valorado y mal remunerado.
Somos el sector de las madres el que mayoritariamente juega una gran diversidad de roles y desempeña una rutina multitrabajo, nosotras, junto con muchos otros sectores, somos los grandes sostenes de esta pandemia. Sólo que muchas veces nuestro trabajo es poco visto y valorado. En estos días muchas, teletrabajan y simultáneamente atienden actividades escolares de sus hijos, limpian, cocinan, realizan compras y cuidan de sus hijos. El resultado es muy poco tiempo para ellas y su propio descanso, lo que genera un gran deterioro de la salud física y emocional.
Es por todo lo anterior, que el día de hoy dedicaré estas letras a enaltecer la gran labor de las madres en nuestra sociedad actual y narraré la historia de una gran madre y mujer, una historia de amor incondicional y maternidad. Ojalá que historias como estas nos ayuden a poner la mirada donde se necesita, a valorar, cooperar y trabajar juntos por una sociedad más justa e igualitaria para todos.
*La historia que a continuación narraré, está basado en hechos reales, sin embargo, los nombres de los personajes y algunas situaciones han sido modificados para mantener el anonimato.
La madre
Este relato habla de las historias de dos seres, dos caminos que se unen para sanar, para trascender el dolor y cumplir misión de vida a través del amor.
Luis tiene 9 años, cuando tenía cuatro, su madre murió. Fueron tantas las emociones negativas que Luis vivió y a las cuales no logró darles la salida ni el manejo adecuado, que inevitablemente, se volvió, un niño hosco, callado, aparentemente poco expresivo, de trato rudo y hostil, En medio de mucho dolor creó un enorme caparazón de rudeza, con el que aparentemente se cubría de todo. Quizá creyendo que así, ya nada podría lastimarlo, un mecanismo de defensa ante el dolor. Inevitablemente en su colegio comenzó a ser etiquetado como un “niño problemático”, profesores, compañeros y otros padres, lo veían con una especie de lástima y reprobación, y así pasaron los años para él, hasta que Rita llegó a su vida.
Su nombre es Rita, pero bien podría ser, Martha, Carmen, Amelia, es lo menos importante. A diferencia de muchas mujeres que, desde pequeñas sueñan con ser madres o pasan largas horas de juego entre biberones, mantitas comiditas y bebés de juguete, a Rita no le interesaba. Siempre estuvo mucho más interesada en los charcos, los bichos y trepar a la rama más alta de algún árbol.
Creció y dedicó gran parte de su tiempo a su vida profesional, a la filantropía y a viajar, entre sus planes no aparecían el matrimonio y mucho menos la maternidad, pero la vida con sus vueltas y tumbos, invariablemente, hace que nadie escape a su misión de vida. Con lo que Rita no contaba, es con el giro que daría la suya en tan sólo unos años.
Una tarde mientras Rita paseaba a su perro en el parque cercano a su casa, éste se empecino en clavarle los colmillos a una pelota de goma de un niño que de inmediato comenzó a llorar. Por más intentos que hacía Rita por distraer al perro, no consiguió más que el animal rasgará la pelota y la ponchara. Rita no sabía qué hacer para darle ánimos al pobre niño que lloraba desconsolado. Y en cosa de un parpadeo Rita tenía al niño amarrado de su cuello.
Rita nunca olvidará la sensación de esos bracitos alrededor de su cuello y ese olor dulce a niño pequeño, en ese momento contactó con algo que nunca había sentido, ni en todos sus años de litigio ayudando a los necesitados. Su corazón latía inexplicablemente ante algo, hasta ahora desconocido, tan inexplicable como el amor. Era el llamado de la maternidad, que no siempre nace de la oxitocina de un útero preñado, en muchos casos, nace de un corazón ávido de amar.
Ahí en cuclillas en medio del parque. Rita consolaba a aquel pequeño, no mayor de seis años. Al levantar la mirada, de frente y con inmensa ternura la miraba un hombre, Pablo, el papá del niño que ella tenía colgado del cuello.
El momento preciso, el lugar adecuado, el cruce de caminos, una coincidencia, el destino, misión de vida, Dios, llamémoslo como sea, pero Pablo y Rita, por la razón que sea, se enamoraron y un año más tarde se casaron. Rita siempre supo que en el paquete de Pablo venía incluido Luis, de hecho, esa tarde en el parque, su corazón se había enamorado también de ese niñito de ojos oscuros y tristes.
Ahora Rita tenía un esposo y un hijo. Lo que estaba por venir no era un idílico “vivieron felices para siempre”, vinieron muchas horas de arduo trabajo, muchas lágrimas y sobre todo mucha voluntad y amor.
No voy a mentir y decorar con versos y flores esta historia, sólo pretendo contarla y mostrar una realidad de la que he sido testigo. La adaptación fue muy compleja y en ocasiones dolorosa. Por mucho tiempo Luis se sintió inseguro, quizá con temor a ser desplazado por Rita y forjó un evidente rechazo hacía ella, sin embargo, Rita nunca no se detuvo, en su interior ella asumió el papel de madre y sin intentar disminuir el recuerdo de la madre ausente, Rita comenzó a ocuparse de los deberes de madre, aunque, Luis se empecinará en recordarle a todos y a, ella misma, que no lo era.
Rita comenzó a llevarlo y recogerlo del colegio, a ir a cada paseo y junta, a dar la cara con las maestras ante las quejas por mala conducta, a llevarlo a las terapías, a dar explicaciones y conciliar las críticas y reclamos de otras madres, a lavarle la ropa, a supervisar las tareas, a llevarlo a las fiestas infantiles, a tolerar la frustración y los berrinches, a estar en el chat escolar, a arroparlo en la noche, curar los miedos nocturnos, hablar de sexualidad por primera vez. Pero también, Rita fue la primera en escuchar la confesión del primer amor, fue su nombre el primero que Luis gritaba en medio de la noche, cuando una pesadilla lo despertaba. Y un día hubo un “gracias, Rita” y otro más hubo un: “Te quiero Rita, y finalmente llegó un día, muchos años después en que hubo, un: “Te amo mamá”.
Pasó el tiempo y Rita se embarazó de un niño de su propia sangre, todos los que veíamos la historia de cerca o a distancia, pensamos que Luis retrocedería, pero no fue así, embarazada, en post parto, con canguro, carriola y como fuera Rita estaba presente para Luis, quien hoy en día, tiene un perro viejo, un hermano pequeño, un padre y una madre.
Llegó la pandemia, la cuarentena y el encierro y allí estaba Rita, como muchas otras madres, sosteniendo, trabajando, cocinando, presente, incansable, brindado cuidados y amor. Por las pantallas de la nueva normalidad, hoy se ve un nuevo Luis, confiado, platicador, alegre, amoroso con su perro y su hermano.
El día del niño compartió una foto como el hermano mayor de su nueva familia y el día de las madres, cuando nos pidieron estar presentes con nuestros hijos para que a través de las pantallas, los niños cantaran una canción, ahí estaba Rita, junto a su hijo. En el cierre de cursos, cuando le entregaron diplomas y tocó a Luis su turno de hablar. Todos vimos un niño distinto, un Luis muy conmovido que agradeció a todos, cuando la emoción lo superó y las lágrimas brotaron, los brazos a los que corrió fueron a los de Rita, quien tampoco podía contener las lágrimas. Aquel pequeño hosco, resentido, enojado y ensimismado quedó atrás, ahora hay un niño mayor, de sonrisa constante y ojos brillantes al que una mujer con amor incondicional y trabajo, llegó a cambiarle la vida y el destino.
Dedico este texto a todas las Ritas de cada rincón del planeta, mujeres incansables y bondadosas que hacen del amor una decisión de todos los días. Porque ser madre va mucho más de un lazo sanguíneo, ser madre es una decisión que nace de lo más profundo del corazón.
De lo más enriquecedor que puedo leer y confirmar una vez más que el amor lo puede todo y más el de una mujer que representa la imagen materna. Gracias gran Maestro por tocar nuestro corazón.
Cada nuevo escrito es más inspirador que el otro. Gracias maestro por estos mensajes 🙏🙏🙏