por Alejandra Ledesma
El otro día que caminaba por la calle, escuché un llanto de un niño acompañado de unos gritos despavoridos. Al irme acercando más, me di cuenta de que el pequeño estaba en pleno berrinche, “algo natural” en los niños cuando están aprendiendo cómo manejar sus emociones.
Esos berrinches o rabietas se convierten en momentos estridentes y en muchas ocasiones, vergonzosos para las personas que lo acompañan.
En ese momento, podría haber una infinidad de razones por las que ese niño estuviera gritando de tal manera; quizás no habrían querido jugar con él, le castigaron el celular, no lo llevarían al parque, no le habrían querido comprar algo etc. Tampoco pude evitar pensar que detrás de esos gritos, tal vez podría haber un niño sufriendo; un niño que en ese momento no encontró una mejor manera de expresar lo que estaba sintiendo.
Esta situación me llevó a reflexionar y preguntarme: ¿en qué consiste un berrinche?, ¿cuál es su objetivo?, ¿a los niños les ayuda en algo?, ¿y a los padres?, ¿esto se vuelve una práctica necesaria o una pesadilla? Me preguntaba también sobre qué hacer cuando ya cometimos el error, por ejemplo, de darle al niño lo que quiere para evitar que grite o patalee en un centro comercial y que se volverá un cuento de nunca acabar.
Sin duda, los berrinches son momentos confusos y agotadores no sólo para quien los experimenta, sino también para quien los presencia o acompaña.
Cuando somos niños, se vuelve una manera de mostrar nuestro enojo o frustración o de querer imponer nuestra manera de hacer las cosas, pero ¿qué pasa cuando crecemos y seguimos haciendo berrinches como adultos?
¡Oh sí!, nosotros podemos seguir haciendo berrinches cuando no sabemos cómo gestionar lo que sentimos y puede volverse confuso y agotador para nosotros y para los demás. Muchas veces el impacto en nuestra vida puede ser brutal.
Veamos ¿qué hay detrás de un berrinche?
Regularmente, “hacemos berrinche” cuando tenemos dificultades para resolver problemas, comunicar nuestras necesidades, calmarnos y, sobre todo, expresar emociones desbordantes que se intensifican por algún factor o que se han ido acumulando con el tiempo.
Si solemos decir que las emociones detrás de los berrinches de los niños suelen ser de ira o frustración, en nosotros los adultos esto se vuelve más complejo, y sobre todo la manera de hacerlos (el berrinche o rabieta) se vuelve sofisticada.
Los niños gritan, patalean, rompen cosas; nosotros, además de eso, dejamos de hablarle por años a las personas que amamos, hacemos demandas super agresivas de divorcios o reclamos de herencias, ponemos el pie constantemente a compañeros de trabajo o, ¿por qué no?, estudiamos carreras que ni queremos, o estamos con personas dañinas con tal de “demostrar” ciertas cosas a los demás. O peor aún, vamos contra nosotros mismos y nos hacemos daño con comportamientos tóxicos o adictivos creyendo que haciéndolo, le causaremos un daño mayor a los demás.
Es importante detectar qué hay en el fondo de una actitud de este tipo, pues como adultos, se vuelve más compleja nuestra manera de relacionarnos y de gestionar nuestras emociones.
Detrás de una rabieta podríamos encontrar no sólo ira y frustración, sino un inmenso dolor, con un combo de otras emociones como miedo, angustia, ansiedad, envidia, humillación, vergüenza y decepción, entre otras.
Es necesario detectar qué fue lo que provocó que nos doliera tanto para desbordarnos. Aceptar que detrás de un enojo desbordado o exacerbado, puede haber una herida profunda que no ha sido sanada o confrontada con la persona correcta.
A veces vamos proyectando nuestras heridas con los demás, no viendo “quien nos la hizo, sino quien nos la paga”.
Te comparto algunas situaciones que consciente o inconscientemente nos pueden llevar a vivir estos sofisticados berrinches:
· Fatiga por exceso de trabajo.
· Cambios drásticos en nuestra rutina.
· Falta de atención de una persona significativa.
· Gestión incorrecta o represión de las emociones.
· Falta de habilidad de comunicar lo que sentimos.
· Falta de control de nuestros impulsos.
· Baja tolerancia a la frustración.
· Reconocimiento no recibido o retrasado.
· Heridas profundas actuales o pasadas.
· Enojo reprimido por un tiempo considerable.
Estar continuamente en situaciones como éstas, nos puede llevar a desbordarnos o perder el control y generar consecuencias irreversibles, ya que cuando entramos en ese trance de “pataleta sofisticada” nos bloquea, no vemos, no escuchamos y no permitimos que haya comunicación alguna ni con nosotros mismos, ni con el entorno. Pero, sobre todo, permanecer por mucho tiempo en un berrinche nos niega la posibilidad de ver y recibir lo hermoso que la vida nos ofrece.
Y si por más que tratamos de gestionar nuestras emociones, aun así, caímos en un berrinche, estos son algunos “tips” que pueden ayudar:
· Ser paciente y mantener la calma.
· Ser honestos con nosotros mismos.
· Reconocer lo que estamos sintiendo: ira, frustración, angustia, etc.
· Tratar de regular la emoción con respiración para poder gestionarla mejor.
· Ubicar si es adecuando expresarnos, si es un lugar seguro.
· Explorar qué hay en el fondo, si hay dolor, humillación, envidia, vergüenza, etc.
· Reflexionar sobre lo que desencadenó la situación.
· Revisar nuestras expectativas: qué tan autoexigentes estamos siendo con nosotros mismos.
· Identificar las situaciones más comunes que desencadenan estos “berrinches”.
· Ubicar si podemos hacer algo para trabajar lo que nos lo provoca.
· Y siempre, ser amable con nosotros mismos.
Recordemos que los berrinches son sentimientos que alcanzan una intensidad intolerable y que necesitan emerger de algún modo y que, si aprendemos a gestionar mejor nuestras emociones, a no engancharnos tanto, ni a tomarlo de manera personal, nuestra vida se vuelve más ligera.
La meditación es una gran herramienta para esto pues se vuelve un lugar al que podemos ir continuamente no sólo para regular de manera natural nuestra respiración, sino para encontrar un refugio interno y ser más amable con nosotros y con el mundo.
Sentir rabia, miedo, angustia, ansiedad, envidia, humillación, vergüenza, decepción o lo que sientas, no nos hace malas personas, nos hace Seres humanos. Y entender que todo esto que sentimos tiene un propósito nos ayuda a manejarnos mejor en nuestro día a día, pero de eso hablaremos en la siguiente ocasión.
Nos leemos pronto.
Alejandra Ledesma es publicista de profesión, terapeuta Gestalt, maestra de meditación y terapeuta holística por vocación. Es estudiante de psicología y cuenta con diferentes subespecialidades de desarrollo humano, trauma, trabajo con síntomas, mindfulness y una maestría en enfoque Gestalt.
Es fundadora de Daluzaá, terapias, talleres y meditación, donde imparte diferentes cursos y talleres a grupos privados, familias, en el sector educativo y empresarial, además de dar terapia en consulta privada y acompañamiento en duelo a adultos y niños.
Puedes contactarla en facebook: @Daluzaa, alejandra@daluzaa.com o www.daluzaa.com.
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