POR ALEJANDRA LEDESMA
A lo largo del tiempo, he ido comprendiendo, en mi propia experiencia y en experiencia de gente querida, que las enfermedades nos traen mensajes, propósitos, pistas de crecimiento. He aprendido que el cuerpo es y será siempre un mensajero de nuestro ser superior, pues tal vez nuestros discursos de la mente nos “engañen” pero nuestro cuerpo nunca miente.
Desde muy pequeña, he vivido el dolor de tener al ser más amado para un niño, su madre, en hospitales y con “pronósticos reservados”; desde muy pequeña tuve que ser “fuerte” y confiar que Dios me la regresaría con vida, incluso hasta me esforzaba más en la escuela para que fuera su orgullo y eso le diera las fuerzas para regresar.
No sé cómo un corazón tan pequeño y tan frágil de una niña de 10 años pudo ser tan fuerte. Hoy entiendo que ese corazón, entre tanto dolor y miedo, comenzaba su proceso de fortalecimiento y compasión.
Si bien, la presencia de una enfermedad nos puede traer desconcierto, incertidumbre, miedo y en muchas ocasiones dolor, también nos puede traer en su proceso transformación y crecimiento.
La enfermedad siempre es una crisis y toda crisis nos exige una evolución; ya dependerá de nosotros qué tan abiertos estemos para ver los mensajes, los propósitos y las bendiciones de una enfermedad en ese momento o con el pasar del tiempo.
A lo largo de mi vida he presenciado cómo un sinfín de personas han comenzado una transformación profunda a partir de una enfermedad; incluso lo he vivido en carne propia, cuando un padecimiento hace 13 años, me hizo “tocar fondo” e iniciar mi búsqueda y camino espiritual en la meditación y en otras disciplinas.
Hoy he comprobado que la enfermedad no puede concebirse sin la salud y viceversa, pues al final son parte de la misma polaridad, lo que varía, es la cantidad de salud que hay. Y que cuando aparece un proceso de enfermedad y nos hacemos cargo, en realidad comienza un proceso de salud.
Un síntoma nos ayuda a corregir desequilibrios, como cuando estamos estresados y aparece un dolor de cabeza tan fuerte, que nos hace parar. O si no podemos parar, a veces, sólo estar en cama, en casa o en un hospital, es lo que nos hace bajarnos un poco del tren acelerado. La clave es estar alertas para ubicar qué es lo que nos quiere decir nuestro cuerpo y nuestra alma.
Y estas líneas de Thorwald Dethlefsen y Rüdiger Dahlke, en su libro La enfermedad como camino, me han dejado muy claros estos nuevos lentes para ver los procesos de salud/enfermedad: “La enfermedad siempre querrá conducirnos a zonas nuevas, desconocidas o no vividas y cuando consciente y voluntariamente atendemos este llamamiento, le damos sentido a la crisis que nos provoca.”
Hoy comprendo y le doy sentido, a todas las ocasiones en las que he recibido mensajes de mi cuerpo y en las que he podido observar y/o acompañar los procesos de otros.
Y con cariño comparto estas líneas, esperando te apoyen a darle sentido a algunas de tus experiencias o te ayuden a reconciliarte con la enfermedad y con los mensajes de tu cuerpo.
Te invito que cuando tengas algún síntoma, además de tomar más consciencia de él, te hagas las siguientes 2 preguntas:
· “¿Qué me impide este síntoma?”
(Como la clave de lo que hay que parar: como trabajo en exceso, preocuparse de más, etc.)
· “¿Qué me impone este síntoma?” (Como la clave de lo que hay que empezar a hacer: como descansar, hacer más ejercicio o comer mejor).
Y las respuestas muy probablemente, te ayudarán a revelar el tema central de la enfermedad/proceso de salud, así como la necesidad de equilibrarse de tu cuerpo y tu alma.
Hacer contacto con la enfermedad/salud desde otro punto de vista nos puede ayudar a conocernos y entendernos mejor.
A veces es necesario tocar nuestra vulnerabilidad para saber y sentir lo que necesita nuestra alma y fortalecer nuestro corazón.
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